Mejor Dirección: Alberto Rodríguez, por El hombre de las mil caras

Una papeleta complicada. Por Kike Maíllo

Alberto Rodríguez posee una carrera sólida y ascendente. Y nadie, ni siquiera él, sabe cuál es su techo. Tras la gigante La isla mínima, tenía una papeleta complicada. Pero el director y su gente tenían ya clara la siguiente película mucho antes de que La isla mínima se convirtiese en el filme español de referencia de su año. Por inconsciencia o por arrestos, Rodríguez se iba atrever (de nuevo) con un género, la película de espías, del que existen muy pocos ejemplos en nuestra cinematografía.

Alberto Rodríguez (Director). Rodaje. El hombre de las mil caras. Foto de Julio Vergne copia

El hombre de las mil caras se basa en los acontecimientos acaecidos en nuestro país en torno al misterioso personaje de Francisco Paesa. La película juega a explicar la España de los noventa, y de paso la de hoy. Y Rodríguez sale airoso de una empresa que para cualquier otro, la mayoría de nosotros, sería una trampa. Porque conseguir levantar una obra vibrante, entretenida y con carácter a partir de unos hechos reales a priori tan poco dramatizables como aquellos es una tarea verdaderamente complicada. Buena culpa de ese éxito lo tiene el amor de Rodríguez y Rafael Cobos por sus personajes. El hombre de la mil caras es, sobre todo, una cinta que basa su valía en la confección de ciertas personalidades carismáticas que lo pueblan. El extraordinario Eduard Fernández, el convincente Jose Coronado, el sorprendente Carlos Santos o la magnífica Marta Etura (por citar algunos) componen varias de las mejores interpretaciones de este año.

Además de estas proezas debo reseñar uno de los aspectos clave de las películas de Rodríguez: el clima. El director andaluz consigue tejer de nuevo un ambiente espeso, denso, de falsa ‘calma chicha’, en el que el peligro parece cernirse sobre los personajes de manera constante pero sin llegar a concretarse. Y creo que realmente esa es la gran valía de Rodríguez como cineasta, la de coquetear con el realismo y ciertos tintes sociales pero trascendiendo el cine panfletario, no acomodándose en la denuncia y creando situaciones cinematográficas interesantes gracias a su dominio del lenguaje, incluso tirando de giros cómicos en situaciones solemnes. Y es que Alberto Rodríguez es un tío serio. Lo es él y lo es su cine. Pero afortunadamente sabe dejar entrar aire fresco a sus películas.

Me gustaría añadir que una de las características que definen a un gran director es, también, la de saber rodearse de un buen equipo. Y en ese aspecto, de nuevo, Alberto Rodríguez demuestra ser un maestro. Sus compañeros de viaje, con los que ha ido creciendo, son a estas alturas varios de los mejores cineastas de nuestro país: Rafael Cobos en el guión, Álex Catalán en la fotografía, Pepe Domínguez en la dirección de arte, Julio de la Rosa al frente la música, José M. G. Moyano en el montaje o Manuela Ocón en la dirección de producción son unos maravillosos colaboradores. Y lo sé de buena tinta, pues he tenido la oportunidad de trabajar con varios de ellos en nuestra estimada Toro.

En resumen, Alberto Rodríguez y los suyos lo han vuelto a hacer. Y he perdido la cuenta de cuántas veces van ya.