El factor humano de Sorogoyen

Foto: ©Alberto Ortega

 

Por Ana Pastor, periodista |

La primera vez que le conocí me pareció un tipo muy serio. Con el tiempo interpreté mejor las señales que apuntaban a una timidez muy marcada. Aquel día Rodrigo Sorogoyen fruncía mucho las cejas, como tratando de memorizar cada detalle de la conversación. Una de las cosas que más me gustó era que no paraba de preguntar. Iba y volvía sobre las escenas plasmadas en la primera versión del guión de El reino. Recuerdo que, en aquella cafetería del centro de Madrid, pasamos un rato largo debatiendo sobre si yo le daba credibilidad al trabajo, aún secreto, que me estaban enseñando. Se quedó decepcionado ante mi falta de pegas. Me entró la risa. Allí estábamos Antonio De la Torre, Isabel Peña y yo resguardándonos del frío de la calle e intentando convencerle de que había pocas pegas que poner. Él esperaba una crítica dura e implacable que tirara por tierra el guión. Pero no pude hacerlo. Porque esa primera versión de las muchas que vinieron después estaba increíblemente bien trabajada. Yo no sé mucho de cine. Pero me di cuenta enseguida de que no habían improvisado nada. Llegaron con todo muy atado, porque Sorogoyen esperaba que fuera un examen. A partir de ahí volvimos a vernos y hablar muchas veces. Al margen de su interés por saber y por llegar a lo que no conocía a base de preguntas directas, después pude constatar otra de sus virtudes: la generosidad. En estos años, cada vez que le preguntaban acerca de sus últimos éxitos, Sorogoyen visibilizaba con total naturalidad el esfuerzo del resto de su equipo. Ya fuera en guión o en trabajo actoral. No importaba demasiado si la prensa lo destacaba. Él lo colaba en sus reflexiones. Esa cualidad, unida a su talento, es lo que le ha convertido en un tipo respetado en una industria de egos desmedidos. Cuentan quienes han trabajado con él que no necesita un mal gesto o subir la voz al dirigir los proyectos. Que afronta la complejidad creativa con valentía y sin tensionar en exceso a quienes le rodean. Que gestiona el factor humano escuchando y siendo receptivo a las críticas. Eso no le ha hecho perder posiciones. Más bien lo contrario. Su mano izquierda también forma parte de lo que le ha llevado a lo más alto. Antonio de la Torre le conoce bien. Han trabajado juntos varias veces en los últimos años. Y cuenta una anécdota que retrata al director del momento: “es de los pocos directores que, cuando se acerca al equipo durante el rodaje, la conversación no se interrumpe o se cambia de tema”. No se le teme. Se le respeta por su nivel de exigencia, por su creatividad, su manera de rodar esos impresionantes planos secuencia que dejan sin respiración y que lleva perfectamente dibujados en su mente y su pequeña libreta. Resulta inspiradora esa admiración que provoca más allá de un talento que ya es imprescindible para el cine español.