Susi Sánchez: “La actuación me ha salvado la vida”

Foto: ©Mirta Rojo

 

Por Chusa L. Monjas |

El día después de recoger el premio –que no ha colocado junto a otros galardones, sino en la habitación en la que prepara en solitario los personajes que le confían– todavía tenía esa sensación “que no sabes si lo que ha pasado es verdad o lo habías soñado”. Susi Sánchez ha hecho teatro –a punto de preparar la función Los hijos, de David Serrano–, televisión –está en Días de Navidad– y cine –tiene pendiente el estreno de la segunda entrega de la trilogía de Baztán y lo nuevo de Almodóvar, Dolor y gloria–, una carrera construida con honestidad por esta actriz que no cree en la suerte y sí “en el esfuerzo y en el trabajo”.

Con ganas de dar la réplica a Ana Wagener y a Alberto Ammann y de volver a hacer comedia, la veterana intérprete valenciana cuenta que, a raíz del Goya, se ha hablado mucho de su altura. “Era muy alta para mi época [mide 1,76]. De joven nunca hacía personajes humanos, hacía los esotéricos: la Luna, el Sol, la vista, entes… En cine no ha sido un impedimento, menos cuando Amenábar vio lo alta que era para ser la madre en Tesis “…y eso que fui con zapato bajo”, comenta con una sonrisa.

 

¿Qué ha significado para usted este Goya? ¿Ya se siente parte de la familia del cine?Durante mucho tiempo no me ubicaban, me decían: me suena mucho tu cara, ¿eres médico?. Más tarde sí me comentaban “eres actriz, pero ¿cómo te llamas?”. La popularidad te la da sobre todo la televisión, y últimamente he hecho bastantes series. Con el Goya, lo que más me ha llamado la atención ha sido que la reacción de la gente fue muy, muy expresiva, y esto no me lo esperaba. Desde ahí, sí me siento incluida dentro del cine español, en el que, hasta ahora, he hecho papeles puntuales, pero todos con la misma entrega, y eso me da tranquilidad en mi trabajo.

¿Cómo ha conseguido ser una de las actrices más queridas, respetadas y admiradas entre sus compañeros?
No lo sé. Sí puedo decir que tengo conciencia de intentar hacer mi trabajo siempre lo mejor posible, y que me gusta mucho crear equipo. Creo que sin un equipo suficientemente consistente no hay nada que pueda salir en condiciones. No creo en las individualidades, algo que cada vez se da más porque vivimos en un mundo muy individualista. En mi trabajo siempre busco el apoyo de los compañeros y trabajar con ellos, no para la cámara ni para el espectador de turno.

¿Diría que era el momento para este galardón?
Parece que sí, puesto que me lo han dado, pero no porque lo pensara. Nunca busqué esto, más bien me ha buscado a mí. No he sido una actriz que haya querido ganar premios, aunque el reconocimiento siempre es bueno porque es un impulso y te ayuda a darte cuenta de que te están diciendo que vas por el buen camino, que sigas por ahí.

No hay duda que está en racha. A partir de cierta edad muchas intérpretes se quejan de la falta de papeles. No es su caso.
Esto tiene mucho que ver con Ramón Salazar, las dos nominaciones han sido con obras suyas [aspiró al Goya a la Mejor Actriz de Reparto por 10 000 noches en ninguna parte]. Hacemos muy buen tándem y disfrutamos mucho trabajando juntos. Es cierto que, dentro de mi caminito, se está abriendo una perspectiva más amplia, y eso siempre es bueno porque significa más trabajos, papeles más interesantes y poder elegir. Esto último me da un poco de pudor, porque hay mucha gente que no ha tenido… no puedo decir suerte porque la suerte dicen que es la conjugación de la preparación con la oportunidad. Y si no estás preparada y te viene la oportunidad, no tendrás suerte. Y a la inversa igual.

Ramón Salazar es un director decisivo en su carrera. Su relación va más allá de las tres películas que han hecho juntos –Piedras, 10 000 noches… y La enfermedad...–.
Entiende la psique femenina maravillosamente, tiene profundidad en la mirada hacia la mujer y eso le da mucho valor porque es una visión que no se suele tener en el cine español, y menos por parte de los hombres. Hemos crecido en paralelo en lo que tiene que ver con la apreciación de las cosas de la vida. Por supuesto en lo artístico, pero siempre vinculado a la experiencia humana, a una inquietud de conocimiento personal del ser humano, de las debilidades. Nos gusta mucho trabajar desde las zonas más oscuras de los personajes, y lo que nos gusta a los dos es humanizarlos. Si una persona se ve reflejada en ese personaje, que vea que hay una redención, y eso es importante.

En La enfermedad… se mete en la piel de una madre que se reencuentra con su hija 30 años después de haberla abandonado. Recoge personajes oscuros, aparentemente despreciables, débiles o taciturnos, y consigue iluminarlos con todos sus defectos.

Todos los seres humanos tenemos zonas oscuras, lo que ocurre es que nos las guardamos en privado, o no somos capaces de reconocernos en esas partes. Cuando abres la cabeza y el corazón ante un personaje que tiene unas características particularmente oscuras hay una necesidad de comprensión, de por qué ese personaje hace lo que hace. Hay una necesidad de entender porque la “maldad”, en general, no es en esencia lo que define al ser humano, es una faceta que se despierta cuando uno no consigue realizarse de una manera orgánica en la vida. He hecho mucha terapia, y eso también me ha ayudado a comprender los motivos de los personajes y me ha despertado mucho la compasión, que es algo que todos los actores tendríamos que desarrollar.

 

Foto: ©Ana Belén Fernández

 

¿Existe la actriz perfecta?
Espero que no. Sí hay una aspiración hacia la perfección, pero la buena aspiración sería ir hacia la verdad. Muchas veces, esta profesión es más verdadera que la propia realidad por el compromiso que uno tiene cuando quiere contar una historia. Se pone el corazón, la cabeza y las tripas en un intento de acercarse, afinando mucho, a una realidad que sea motivadora, reconocible y movilizadora.

¿Qué personajes le han marcado?
Son muchos con los que he disfrutado y con los que he crecido como persona al hacerlos. Cuando me dan un personaje me documento, porque me da seguridad y una perspectiva. Me gusta ir llena de cosas, porque luego, a la hora de interpretar, están en algún lugar y resuenan, aunque el espectador nunca va a decir “mira, se nota que ha leído” [cuando representó Juicio al padre, de Kafka, leyó toda la bibliografía del escritor checo “para meterme en su mundo”].

¿Cómo ha evolucionado su profesión?
En nuestro trabajo ha influido mucho Internet y las redes sociales. Si no las utilizas, parece que no existe. Antes no nos promocionábamos: trabajabas, te veían y te ofrecían papeles, era el boca oreja. La primera vez que me llamó Almodóvar, fue porque me había visto en teatro varias veces. Pero todo esto no le resta arte a nada de lo que hagas.

¿Hay una fórmula para mantener intacta la ilusión por el oficio?
En dos ocasiones, en el teatro, he sentido que hacía las cosas de manera mecánica y lo he dejado. Tengo muchísimo respeto por la actuación, que a mí me ha salvado la vida porque ha sido una forma de anclarme. Me ha ayudado mucho a comprender la vida, a mí misma y a la gente que me rodea. Si no fuese actriz, probablemente estaría loca.

¿Qué intérpretes le inspiran?
Meryl Streep, Susan Sarandon, Javier Bardem… los que son capaces de caracterizar.

¿Qué es lo más sorprendente que ha aprendido en sus años de profesión?
El poder transformador que tiene este arte, no solo en mí, también en el espectador. Esto se percibe mucho en el teatro, de donde yo vengo. Es muy emocionante y tiene una capacidad sanadora cuando el espectador y el actor son una misma cosa y entran en una especie de espacio intermedio donde la comunicación y el contacto es máximo. Esos momentos valen oro, yo sigo trabajando porque los he vivido.

Usted siempre ha defendido la importancia de la formación. En los Goya han coincidido varias películas con actores naturales.

Las chicas de Carmen y Lola tienen una pureza en el rostro… y los chicos de Entre dos aguas y de Campeones una verdad que me traspasa. Cuando a un actor que no está formado le empiezan a llamar, lo primero que suele perder es esa inocencia que le da esa verdad. ¡Ojalá puedan conservarla!

¿Dará el paso a la dirección?
En teatro, sí. Necesito probarme, a ver si soy capaz. Con los actores hay que tener mucha paciencia, mucho conocimiento del otro, saber hasta dónde puedes llegar. Es como el trabajo con un terapeuta, porque el director tiene que encaminar, pero no decirte cómo lo tienes que hacer.

¿Piensa dejar de actuar alguna vez?
Creo que moriré con las botas puestas.